A partir de este momento los más pequeños de la familia salieron corriendo a coger al abuelo o al gato, que ahora son la misma persona/animal. Le trajeron una cazuela de leche templada y una lata de sardinas , maravillosos manjares sólo para el.
Los mayores seguían estupefactos anclados en sus puestos, aún no se lo creían el abuelo Ángel se había convertido en gato. Minutos más tarde comenzaron a levantarse lentamente y acudieron a verlo para creerse que era verdad todo aquello que había sucedido.
Mamá, corrió rauda y veloz al teléfono a llamar a los tíos, que cuando les contó lo sucedido la tomaron por loca, ¡pobre de mamá!
Mientras los niños, estaban encantados jugando con el gato, haciéndole carantoñas y mimos.
El gato muy alegre maullaba y pensaba: no sé como lo he hecho, pero es lo mejor que me ha pasado en años. Al menos ahora mis nietos me hacen caso. Antes, casi parecía invisible, un mueble más del salón, sentado en el sillón con la manta por encima de las piernas, me siento hasta más joven.
Pasó el tiempo, y el abuelo seguía siendo un gato, toda la familia empezó a echar de menos al abuelo. Sus meteduras de pata, sus consejos, sus historias,...
Entonces por arte de magia volvió a convertirse en el abuelo de carne y hueso, porque volvió a sentirse necesario, útil y querido.
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